La guitarra en solitario es protagonista de la obra. Álvaro García se ha encargado de componer e interpretar solamente con la guitarra 12 nuevas piezas bailables, dentro del estilo tradicional y los ritmos habituales en el repertorio del grupo. "La jota tradicional puede sonar contemporánea y rockera cuando se interpreta con guitarra eléctrica, y la guitarra acústica y la española fueron en su día protagonistas de la tradición de la música popular vasca", defienden en Aiko Taldea.
La docena de piezas del disco están interpretadas con una acústica Martin, una española de la marca Camacho y una eléctrica Fender Stratocaster. Todos los temas son composiciones nuevas escritas por el mismo Álvaro, a excepción de Muxikoak (uno de los dantza jauziak más conocidos) y Koldobike (una canción popular interpretada a ritmo de foxtrot), en los que se han realizado arreglos específicos para lograr mantener las melodías de la música de baile.
Interpretar algo tan tradicional como una jota con una guitarra eléctrica no es algo novedoso para un grupo que siempre ha reivindicado la aparente paradoja de interpretar “música contemporánea al estilo tradicional”. De esta manera, el disco parte de la estructura musical fija y repetitiva propia de la música de baile, pero aporta solos improvisados, espacios para el lucimiento del instrumento y algunas sorpresas y guiños a otros estilos musicales.
Álvaro García es profesor de música, guitarrista y compositor. Como intérprete ha participado en diversas agrupaciones de cámara, grupos de rock y orquestas de baile. Como compositor, ha escrito y estrenado obras para diversas agrupaciones de música de cámara y música para diversos medios de comunicación y publicidad.
Aiko aldea ha pretendido con este trabajo reivindicar el protagonismo de la guitarra en la romerías y celebraciones populares vascas tradicionales. Junto a otros instrumentos de cuerda como la bandurria o el violín, la guitarra ocupó un lugar de honor en fiestas, serenatas, carnavales, corros de baile y música callejera en general, al menos desde finales del siglo XIX hasta la década de los años 30 del siglo pasado, como evidencian numerosos testimonios y documentos como ordenanzas municipales. Su decadencia tuvo que ver con la dificultad de competir con instrumentos de sonoridad más potente como el acordeón, hasta caer en desuso y llegar a ser considerado un instrumento ajeno a la tradición vasca, hasta su recuperación por los cantautores de los años 60 y 70 del siglo XX.
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